Es una ciudad horrible.
Las tripas de quienes viven en ella lo saben. Es por eso que proclaman tan
vehementemente el orgullo que sienten por su ciudad cada vez que se les presenta
la ocasión. En esas circunstancias, se convierten en personas
decididamente fastidiosas. El resto del tiempo son bastante melancólicas.
Por todo eso , sería bueno darse cuenta de que son gente bastante
peligrosa. No es gente mala en su mayoría, pero si muy peligrosa:
pueden llegar a ser feroces llegado el caso. Tienen aletargada en sus cuerpos
esa particular ambición de la que es capaz la mediocridad, y que se despierta
cuando la contingencia les pone por delante algún bocado apetecible que promete
sacarlos del marasmo de su nada cotidiana y llevarlos a lo más alto ,que es un
sitio en sí bastante bajo si se lo relativiza, pero que a ellos se les aparece
alucinadamente como la cumbre del mismo monte Everest. Son capaces de las
peores traiciones y de los peores crímenes por aquel apetecible bocado que no
es otra cosa que un caramelo de plástico.
Nada muy diferente a lo que
suele suceder en casi todas las demás ciudades y con casi todos los demás
orgullos.
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