miércoles, 1 de febrero de 2023

Y A QUIÉN LE IMPORTA TU VERSIÓN


 

Golpes a la puerta después del timbre que, dormida, no escuchó.

Se levantó de mala gana y fue a abrir como estaba. Y descalza, porque no encontró nada a mano que ponerse.

Algunas personas se vuelven nudos en la imaginación. Muy difícil desatarlos. Las conexiones del pensamiento fluyen anárquicas hasta que quedan enganchadas en el enredo imaginario. De ahí en más todo es rumiante, lamentable, previsible.

Quien esperaba del otro lado de la puerta iba a empezar a hablar ni bien ella abrió, pero ella habló antes, con desgano:

_ ¿Qué hacés acá?...qué remera horrible te pusiste…

_ Quería evitarte la molestia de mentirme y quería evitarme la pelotudez de creérmelo… _ dijo para dar media vuelta y desaparecer por la escalera. Solo pudo atinar a repetir el discurso que había ensayado, lo cual resultó absurdo después de un comentario acerca de su atuendo.

Quien habló no era un nudo para ella.

Ella, evidentemente, lo era otra él.

Cerró la puerta con desganada indiferencia y volvió a despatarrarse sobre las sábanas revueltas de sábado a la mañana y de todos los otros días también. “…patético...” balbuceó durante el segundo que le llevó volver a dormirse.

Quince minutos más tarde él caminaba por la calle casi desierta.

Había comenzado a llover.

Pero él taconeaba igual, sin buscar reparo. Empujado por un pico de adrenalina. Cada paso parecía una trompada que emitía un eco en la calle solitaria. Regodeándose con la escena anterior, repitiéndose a sí mismo una y otra vez en su cabeza el speech para cerciorarse que lo había dicho tal cual lo había ensayado; y tomándose después la licencia de introducirle pequeñas variaciones que podrían haberlo mejorado (siempre se puede mejorar lo que se dice y nunca alcanza). En todas las variantes posibles, seguro de haber dado en el centro del blanco con una flecha envenenada.

Blanco imaginario.

Imaginario veneno.

Estaba enredando aún más su nudo. Le sería adictivo volver a engancharse en él cada vez que no quisiera hacerlo. Aún no lo sabía. Y no recordaba las tantas veces que ya le había ocurrido lo mismo.

Dieciséis minutos después (un minuto más) ella se levantó y casi no tenía residuo en su memoria de lo que había pasado antes.

Estaba pensando en otras cosas.

Verificó que el tipo de la ventana enfrentada a la suya, diez metros del otro lado del vacío, ya hubiera entornado las cortinas.

Abrió muy bien las suyas, prendió la luz, se desnudó y comenzó a pasearse por el cuarto.

Él ya estaría con sus binoculares mirándola por entre la pequeña abertura.

A ella le encantaba saber que él la estaba mirando; maginar que lo estaba excitando.

A él, al tipo de la ventana, a ese tipo que le resultaba bastante repulsivo. Sin saber por qué. Apenas habrían intercambiado un par de saludos en el ascensor alguna vez.

Del otro lado, tras la cortina, no era el tipo quien estaba observando. Era su novia, mientras él aún dormitaba, amodorrado

_ ¡Tenés razón, pobre mina!_ dijo ella divertida

_ Mmh...ya te dije, no debe estar muy bien de la cabeza _ agregó él con desgano

_ Igual está buena …y vos más de una vez te habrás calentado espiandolá, ¿no? _ inquirió ella

_ Vos tenés mucho mejor culo…_ respondío él con previsible astucia

Ella dejó los binoculares y volvió a la cama. Se rieron un rato, instante durante el cual olvidaron apenas el desprecio mutuo.

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Uno de los tipos sentados en la mesa de la ventana  miró pasar por la vereda a alguien que caminaba debajo de la llovizna. Se quedó mirándolo para distraerse un poco de la charla afiebrada del que tenía en frente

_ Es una ciudad de mierda…una ciudad infernal hicieron…flor de turros eran al final…entramos todos como caballos. Parecían catequistas y abajo del saco traían un facón. Y toda esa manga de perritos falderos esperando que les tiren un hueso…caniches que se convierten en hienas salvajes al primer indicio de que va a escasear la carroña….se lamen el culo entre ellos hasta que haga falta comerse crudo a alguno…hijos de puta _ seguía hablando aunque su compañero no le estuviera prestando atención.

“Este también se convertiría en una hiena si pudiera acercarse a algún hueso a medio pelar…”, pensó mientras el estrafalario personaje  con una remera horrible que se mojaba allá afuera y que iba hablando solo, dio vuelta la esquina y él no tuvo más remedio que volver a escuchar al germen de hiena que seguía despotricando.

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Al fin la calle vacía bajo la lluvia de la ciudad que envió al ostracismo al encantamiento del mundo.

Por un rato quien quisiera podría permitirse la ilusión de que el agua, lavando el pavimento, no dejará rastros de paranoia, ni de ánimo de revancha, ni sed de venganza.

Nadie sabe quién es quién.

Cualquiera podría ser un déspota fallido.

Se podrían hacer tantas cosas en una ciudad.

Pero todo pareciera limitarse a la organización jerárquica del saqueo.

Y las tareas necesarias a tales efectos: administrar la sumisión y monetizar los conatos de rebeldía.

Nombrar o invisibilizar las cosas según convenga.

Los farsantes payasos mercachifles tienen a la mano un mercado de disfraces ampliamente surtido para adornar el espectáculo de variedades de sus vidas con la careta de su héroe preferido.

Para camuflar, quizás, que casi todo (casi todo) se reduce a solo dos cosas: robar o revolver en la basura con deleite.

Muy de vez en cuando a alguno le sale bien, acomodándose del lado del robo que se premia, se aplaude, se codicia y se envidia. O hace de hurgar en la basura ajena su emporio.

El resto deberá cambiar de semblante con mucha mayor frecuencia y riesgo de desbarrancarse.

Los estratos inferiores del robo y del cirujeo son castigados sin piedad.

Por lo demás, todos naufragan con las derivas de moda del amor o de la inquina, relegadas como están detrás de algún pliegue del olvido (ese otro disimulo) las desventuras de su denodada lucha por disfrazarse adecuadamente con alguna versión de sí, sin poder siquiera intuir cómo funcionan las cosas.

Quién sabe qué hay más allá de su versión.