Me convertí en un genio para no tener que trabajar.
O en todo caso, para no ser condenado por no hacerlo. No es
que me importe la mirada de los otros, pero su condena dificulta siempre
algunas cosas necesarias.
Cualquiera podría convertirse en genio, pero no cualquiera se anima, porque
hacerlo requiere poner el cuerpo de manera definitiva, cabal, honesta e
inexorable.
Tampoco es un mérito que yo me haya animado a hacerlo. Fue tan solo una contingencia. Un soplo o un destello imprevisto en el momento oportuno en el que, por azar, no coincidieron la decisión con la conciencia de sus riesgos.
Tampoco es un mérito que yo me haya animado a hacerlo. Fue tan solo una contingencia. Un soplo o un destello imprevisto en el momento oportuno en el que, por azar, no coincidieron la decisión con la conciencia de sus riesgos.
Tener que trabajar es una desgracia. Por el hecho en sí, por sus efectos pero
sobre todo por la pérdida del sentido cósmico que ayuda al cuerpo a conservar
su propio movimiento. Y porque convierte al cuerpo en una fiera extraña,
que sale a cazar pero no para alimentarse como haría un predador. Sale a cazar
culpables. No, me equivoco. No sale a cazar, es demasiado cobarde y desposeído
de sí mismo como para hacerlo. Sale a señalarlos como un perro de caza
que indica donde está la presa, pero ni siquiera la entrega como tributo a su
amo luego de que fue fulminada por el disparo certero. La deja pudrirse
ahí, solazándose de su destino y guardando en su memoria como tesoros preciados
el momento en el que el disparo atravesó el cuerpo, el momento del desplome, y
la crónica de la inexorable putrefacción de lo que quedó tirado allá afuera,
mientras adentro se dispone a dormir plácidamente. Con la satisfacción del
deber cumplido.
Pero un genio nunca será señalado por nadie como blanco a ningún cazador. La
fascinación que genera paraliza hasta al peor de los cretinos.
No estoy para salvar a nadie. Porque no hay ningún Paraíso adonde se los pueda
retornar ni Apocalipsis que se les pueda evitar. Y porque no sé cómo tendrían
que ser las cosas para funcionar mejor de lo que funcionan.
No hay fronteras que delimiten entre el Bien y el Mal, porque no existe ni el
uno ni el otro.
Entre lo cierto y lo imposible existe infinitamente lo probable. La
Estupidez es una de las variables que puede suscitar esa infinita serie de
contingencias. Y evidentemente su ocurrencia es necesaria.
Soy un genio.
Concedo deseos.
Y me divierte lo absurdos que pueden llegar a ser.