martes, 7 de junio de 2022

ARRABAL


 

Vive en los bordes de la ciudad.

No sabemos con exactitud en qué sitio, tal vez cambie de posición a cada instante.

Y no sabemos por dónde entrará, cuando decida hacerlo.

El primer esfuerzo del día es tratar de olvidarlo. Pero no es consciente, el cuerpo aprende a hacerlo de manera autónoma, como tantos mecanismos que en él funcionan independientemente de la orgullosa voluntad.

En tanto el “olvido” funcione, podremos ocupamos del resto de las cosas. De lo contrario, será un día perdido.

Y un día puede ser toda la vida.

En ese caso, nos veremos sin saber por qué, intentando alguna ficción convincente que disipe el terror inexplicable que se insinúa; y así quizás recuperemos algo de la jornada.

De esa falla nace la disidencia: “¡No así!” versus “¿Por qué no?” son los dos criterios acerca de la vida que estamos llevando, delimitan los dos bandos con los que podemos identificarnos. La pelea de cada facción por imponer su convicción a la contraria se funda en lo insoportable, para cada contrincante, de vislumbrar en los rasgos del adversario, algo de los rasgos propios. Es verdad, la pelea también se justifica en darle algún sentido a lo que no podría tenerlo:  a la angustia que perdió su placidez, para soportarla; o a la placidez que no conoce la angustia, para que no languidezca insípida.

¡No así!

¿Por qué no?

Ambos postulados son ciertos y falsos al mismo tiempo.

Pero lo inexorable es y sucede sin motivo.

Si es que el pensamiento franco es posible, nuestro verdadero terror es intuir que, llegado el día, ver de frente lo que llega desde algún sitio al borde de la ciudad será ver nuestro propio rostro; verlo infinito, verlo mutante, verlo indefinido, o paradójicamente verlo invisible.

Y eso sí que ya nunca más se olvida

Ni la muerte nos salva.