domingo, 10 de julio de 2016

LA PENDEJA VENDE PAÑUELOS EN LA PEATONAL

Mirá, por ejemplo, toda esa gente que va y viene en los andenes de todas las terminales del mundo. Toda esa masa de sujetos indefinidos. Un plancton desplazado por las mareas. No están cuando apoyás tu cabeza en la almohada. No sos cuando ellos apoyan la suya.

Mirá. Pensá ahora en las personas que más quieras. Parecen aquellos y estos como si fueran individuos de especies diferentes, ¿no?

Mirá toda la gente que va y viene por la peatonal. Mirá la peatonal desierta de noche.

Yo podría tener una historia de amor con cada mujer, con cada hombre. Pero no la tendré. Y no porque no quiera.

Un día habré notado a la pendeja que vende pañuelos, se supone. Pero no sé. Esa pendeja eterna habrá vendido eternamente pañuelos en la peatonal eterna porque ese día se me pierde.

Primero habré notado esos ojos; ese fueguito azul y después el resto del fuego. Algún día habré notado que iba pareciéndose a una mujer y no habré sabido si agradecer, por una vez, el paso del tiempo.

Más tarde todos los prejuicios fastidiosos y todo lo que imagino. Que habrá visto ya todo lo que yo ni en quince vidas, por ejemplo. Que tiene la mirada adecuadamente afilada para poder distinguir pajeros o depravados a doscientos metros. Que tiene que sobrevivir y que sabe elegirlos porque sabe que le comprarán, Que sabe cómo eludir cuando alguno se pone demasiado cargoso. El resto de los prejuicios es demasiado miserable y previsible. Prefiero aún la elegancia de no decirlos.

Varias veces procuré pasarle cerca y fui como un fantasma invisible que duró lo que su dolorcito puede durar  en una multitud. Varias veces dejé de existir transcurriendo al lado de su indiferencia.

Un día no la ví venir. La tuve de golpe frente a mí. Creo que conocés esa sensación; ese leve escalofrío en el medio de las costillas.

_ ¿Me comprás pañuelos?_ mientras adelantaba su mano con los paquetitos mostrándomelos
_ No, te agradezco.

Otro día después de varios sí la divisé entre la gente. Con esa ansiedad que también conocés, que te comprime suavemente el cuello me fui desplazando con sigilo para quedar a su alcance. Sí. Vos también sabés cómo se mira hacia otro lado sin perder de vista a tu presa. Por eso puedo contar sus movimientos.
Clavó su mirada en mí. Vino. Se paró adelante mío con esa forma tan frontal que tiene el cuerpo que decide algo y que descoloca al otro cuerpo sobre el cual tomó su decisión . Nos clavamos la mirada. No. Me clavó su mirada. Acercó su cara y su cuerpo franco al mío

_ Hola, ¿no me querés comprar un pañuelo? _ tenía su mano vacía y nunca sacó ninguno de la bolsa. Creo que le brillaban los ojos
 _ Hola. No, te agradezco. _ supongo que brillaban los míos.

Entendí algo. Si la memoria me permitiera recuperarlo intacto, no habría palabra que me permitiera decirlo.

Pero fui el cuerpo más feliz en ese punto invisible de todos los andenes, de todas las peatonales del mundo; en ese instante indefinible. Para siempre.
¿Volveré a pasar por ahí?. Creo que es imposible. Creo que ese lugar ya no existe.



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