El cuerpito de Mica
está encorsetado en una nube de tules. Un vestido de quince,
prólogo de una historieta que se supone, debe derivar hacia un vestido de
casamiento. Ambos atuendos, en algo, parecidos a una mortaja.
Los hombros de Mica al aire, con un toque sutil de
purpurina parecen inaugurar simbólicamente una ofrenda de atributos para
escuchar ofertas.
Los ritos sociales se prolongan en el tiempo, aun cuando ya
casi no tengan relación con nada realmente operativo.
Ya se ha producido su entrada triunfal, escoltada de mamá
Mónica, papá Roberto y esa cosa identificable como su hermano. Todos pudieron
verla bajar junto a su familia de un Mercedes Benz (al que los cuatro se habían
subido dos cuadras antes después de hacer un transbordo, muertos de frío desde el
taxi que los depositó en una cortada penumbrosa y temible donde el Mercedes los
estaba esperando). La madre se pasó las dos cuadras del viaje quejándosele al
chofer de lo caro que salía alquilar ese auto por quince minutos.
Los privilegiados que fueron honrados con la invitación a
esta noche soñada aplauden mientras hacen guardia de reojo para no perder de
vista al mozo más cercano con bandeja de bocaditos. La leyenda cuenta que la
recepción es lo mejor en este tipo de eventos. Lo que sigue después es en la
mayoría de los casos olvidable. Finalmente, todo se salva un poco con la mesa
dulce, si es que aún se conserva la capacidad de distinguir el sabor de algo y
de caminar sin perder la vertical hasta hacerse de algún pedazo de lemon
pie.
La clasificación taxonómica de los concurrentes coincide con
territorios bastante bien delimitados en el salón de fiestas. El mejor lugar,
reservado para familiares y allegados. Enfrente, cerca de la pista de baile
donde más tarde el sonido de la música la ensordecerá, las luces de la pista la
encandilarán y el humo la ahogará, ha sido confinada la manada de amigos y
compañeros varones de Mica, todos de traje y corbata, hinchados de orgullo como
muñecas peponas. Y del otro lado del paso hacia la cocina, un poco más a salvo,
las amigas y compañeras. Casi todas parecen enfundadas en papel celofán , están
maquilladas y perfumadas como para el
resto de sus vidas y alternan las miradas hieráticas hacia el sector varonil con
risitas y cuchicheos cómplices.
La cara de Mica exhibe una expresión que no condice con lo
que se supone debe ser una noche soñada, gloriosa. Mamá Mónica lo advierte y se
la lleva hasta el baño
_ ¿Podés hacerme el favor de cambiar esa cara de orto? ¿qué
te pasa? ¡Estuvimos años con tu padre juntando un peso arriba del otro para
darte esto! ¿y ahora tenés esa cara de ojete?, ¿me podés explicar?...claaaro.
la señorita también hubiera querido que invitemos a esos vagos y a esas
arrastradas que andan con el hermano. Pero mucho esfuerzo nos costó. Con tu
padre todo lo que tenemos lo hicimos con es-fuer-zo, ¿me entendés? Y no tenemos
para invitar a todo el mundo, no hacemos caridad. Tenés acá gente de buena
familia, gente bien. Si hubieras querido más, te hubieras puesto a la-bu-rar
nena, como hacemos tu padre y yo mientras la señorita se despierta diez minutos
antes de ir al colegio pri-va-do que los padres le pagan y todavía no sabe ni
lavarse las bombachas. Así que cambiá esa cara y salí a saludar, ¿querés?
Error.
No es ese el problema.
En absoluto es ese el problema.
Mamá Mónica se equivoca.
A Mica no le molesta que la guita juntada con “es-fuer-zo” y
algo de evasión tributaria de poca monta no haya alcanzado para invitar a los
vagos y a las arrastradas. Todo lo contrario. Pertenece a una de esas adorables
familias que necesita que haya “gente que no” para sentirse “gente que sí”. Por
lo tanto no la aflige que afuera haya vaguitos y arrastradas “que no”. Conoce
bien ese deleite.
Los pudo ver disimuladamente cuando ingresaba al salón. Los
contó uno por uno. Había un grupito en la plazoleta de enfrente, semiescondidos
entre los ligustros. Tres o cuatro más sentados en los umbrales de algunas
casas llegando a la esquina. Todos con miradas acechantes, como hienas, con la
esperanza quizás de que en algún momento de la noche algún descuido les
habilite el ingreso, para por lo menos ver si quedó algún pedazo de tarta toffe en la mesa dulce, o si pueden
requisar alguna botella de sidra a medio terminar.
Mica se hubiera regodeado con tener esa caterva anhelante
ahí afuera si no fuese por un detalle. Y ese es el verdadero problema. Hay
cuatro que no están. Dos vagos y dos arrastradas que no están. Tendrían que
estar en la calle con la ñata contra el vidrio junto con los otros. Pero no. Talisa,
Nico, la Yenny y Clo no están.
Intenta un rictus parecido a una sonrisa y sale del baño con
Mamá Mónica.
Primero, la ronda de saludos con la familia. Un primito le
tironea el vestido. Una tía le llena la cara de un perfume bastante
horripilante cuando le da dos besos, uno por mejilla.
Mica vigila de reojo la entrada vidriada del salón de
fiestas. Es difícil divisar el exterior. El contraste de temperatura empañó los
vidrios. Cree ver fisgoneando hacia
adentro a un par de las hienas que hacen
guardia en los aledaños al salón, pero la marea de gente que la rodea dificulta
el escrutinio.
“Capaz que ya llegaron”, se consuela. Talisanicoyennyclo.
Ya están comenzando a dolerle los maxilares a raíz de la
sonrisa forzada.
Se da inicio al proceso de intoxicación que hace las veces
de cena. Se apagan las luces del salón. Entrada triunfal de caravana de mozos
que llega desde la cocina con los platos que soportan la entrada. Muy sospechosas
crepes de pavita.
La penumbra le da a Mica una idea. Aprovecha para chequear
las redes en el celular. Tendría que haber alguna noticia de Talisanicoyennyclo.
Encuentra que ya hay subidas varias selfies de muchos de los invitados, que la
etiquetaron con mensajes de congratulación. También dos o tres bardeos ornamentados
convenientemente con mensajes escatológicos de algunos de los forajidos que se
están cagando de frío allá afuera.
De Talisanicoyennyclo nada. Ni rastro de dónde pudieran
estar a esa hora, ni una mísera puteada.
Indignación.
Mientras trata de masticar el engendro de gallo con salsa
rosa que les sirvieron, planea su estrategia.
Termina la ingesta de la entrada. En segundos, los estrógenos del pollo
comenzarán a actuar, acelerando el tránsito a la entrada en la eternidad de los
más longevos y apurando el envejecimiento de los más jóvenes. Está
científicamente demostrado que este tipo de celebraciones han incrementado la
prevalencia de enfermedades hepáticas, renales y degenerativas en la población
mundial. No se pierde nada.
Se apagan las luces principales. Primera sesión de baile de
la noche.
Mica va hasta la mesa de los varones y se planta delante de
Ramiro. Un “teta de perra” medio bobalicón que siempre anduvo detrás de ella, fracasando
recurrentemente con total éxito.
Lo agarra de las manos y lo lleva de un tirón hacia la
pista. Ramiro no da crédito a su fortuna. Comienza a salivar. No quiere que se
note que traga la saliva que le está sobrando pero no lo logra. Trata de recomponerse a duras penas. Entra con
Mica a la pista de baile y ensaya un gesto de ganador que queda a mitad de
camino entre el patetismo y la lástima.
_ Estás re elegante Ramiro, me encanta _ le dice Mica con un
mohín perfectamente estudiado
_ ¿Te gusta?, la cprbata me la prestó mi papá, je _ intenta
ser gracioso Ramiro
_ ¿Sabés qué Rami?, necesito un favor, yo sé que vos sos muy
bueno _ le dice mientras le roza un pectoral con la punta del dedo índice _ cuando
termine la música ¿podrías ir hasta la puerta?, allá afuera están algunos de
los que se juntan en el kiosco de la esquina de mi casa, los amigos de mi hermano,¿viste?;
bueno, vos andá y fíjate si no están Talisa, Nico, la Yenny o Clo, ¿dale?
_ ¿Vos los invitaste?
_ No no, pero quiero saber…
_ ¿Y qué te importa si están o no si no los invitaron?
_ Eh..dale, vos andá, yo después te explico…¿sí?…_ le dice
Mica entrecerrando los párpados.
Terminado el baile, Ramiro se acerca a la entrada del salón.
Intenta salir. La puerta está cerrada. Se acerca el encargado, que está haciendo
guardia
_ ¿Dónde vas pibe?
_ ¿No se puede Salir?
_ No pichón, ahí afuera parece que hay unos quilomberos, el
padre de Mica no quiere que se abra la puerta, salvo que te tengas que ir…
Ramiro a través del vidrio empañado reconoce a dos de los
guerreros y a una chica que le hacen gestos no del todo diplomáticos. Intenta
que le lean los labios y pregunta por el cuarteto. No le entienden. Mira a
través del ventanal hasta donde puede y ve a los que Mica le dijo. Vuelve sobre
sus pasos
_ Che Mica, no me deja salir el señor de la puerta, pero me
parece que no están…
_ Bueno gracias _ responde lacónica Mica dando media vuelta
sobre sí misma, obviando para siempre a esa cosa que ha quedado tras de sí
llamada Ramiro
Fracasado el plan.
Mica se va al baño. Está sola. Se mira en el espejo
“Quieren humillarme” …” negros de mierda”
Quieren humillarla no yendo a su fiesta a la que no fueron
invitados.
Okey.
Las reacciones paranoicas suelen surgir para reemplazar algo
que se insinúa y que, de ser cierto, sería insoportable.
¿Algo en Mica prefiere la teoría de la humillación a la
constatación de la indiferencia quizás? ¿Cómo saberlo?
Segunda entrada triunfal de mozos. Las pechugas del gallo
del cual las patas habían sido destinadas a las crepes de la entrada, con papas
noisette y arvejas indomables. Varios comensales buscan al costado de sus
platos si es que fueron dispuestos taladros o perforadoras para disfrutar del
manjar.
Mica ni lo prueba. Hace bien.
Mira de reojo a Mamá Mónica, luminosa, radiante, pavoneándose
entre los parientes. Escruta a su hermano, ya definitivamente disecado por el
alcohol berreta en un rincón, aun cuando
la noche recién comienza. Papá Roberto que ya se devoró la pechuga, domó las
arvejas y parece querer comerse el centro de mesa mientras deleita con sus
chistes a la tía Clotilde.
Cada tanto se acerca algún grupito de amigas y le pide una selfie
con todas juntas. En todas sin excepción Mica luce una sonrisa-rictus de
Guasón.
Y rumia pensamientos, la incerteza la carcome, no puede
pasar mucho tiempo más sin tener alguna señal clara en el laberinto de signos
en el que se ha extraviado; algún indicio de ausencia, de humillación, de
indiferencia fantasmática o de vaya a saberse qué.
Llegará el postre, la ceremonia de las velas, el vals de los
quince con Papá Roberto y las lágrimas de Cocodrilo Mónica. Burbujas, fotos,
papel picado, más selfies, muchas
selfies, el sutil aroma del vómito de los primeros descompuestos que no
alcanzaron a llegar al baño.
Cuando todo se descontrola, aprovecha la penumbra en que ha
quedado el salón ya desatado el baile y se dirige hacia la entrada.
_ ¿No me abre un poquito ?, hay unos amigos afuera…
_ ¿Estás segura piba? ...mirá que tu viejo me dijo …
_ Sí sí, no se preocupe, él ya sabe…
El guardia le entreabre a Mica la puerta con cautela como
para apenas dejarla asomar la cabeza. En la pista de baile acaba de estallar el
carnaval carioca.
Se acercan cuatro o cinco. Otro grupito que estaba un poco
más apartado mira expectante
_ ¿Cuándo nos vas a dejar entrar Mica? _ dice socarrón uno
_ Hace frío acá che, ¿no queda algo de torta? _ inquiere
otro
_ ¡Tirá la bombacha Mica! _ grita un gordo del grupito que
está más lejos
_ ¡Pelotudo! _ le retruca una flaquita con el pelo violeta
_ Escuchen, ¿no vinieron Talisa, la Yenny…Nico, Clo?
No entienden porqué Mica les pregunta puntualmente por esos
cuatro
_ No sé, yo no los ví, ¿vos los viste? _ le pregunta uno a
la del pelo violeta
_ Creo que están allá enfrente, en unos bancos en la placita
_ responde astuta la flaca
Cuando Mica abre más la puerta para asomarse, aprovechan y
de un empujón entran en tropel. El tipo de la puerta termina desparramado en el
piso.
Mica sale a la vereda. En la placita de enfrente, nada.
A un lado y al otro de la calle, nada. Nadie.
A sus espaldas empieza la guerra. Casi no se da por enterada
de los desmanes. Busca con la mirada lo que no está.
Adentro aparecen un par de patovicas que el salón tendría
guardados para alguna emergencia como la que se ha desatado. Estallan contra el
piso un par de botellas. Papá Roberto intenta una trompada que termina en el
aire mientras recibe otra que termina en su panza. El guardia de la puerta se
recompone y trata de dirigir el teatro de operaciones con un handy. Uno
de los vagos logra hacerse de un pedazo de brownie de la mesa dulce. Otros dos
ya han huido. El hermano de Mica aparece de la nada como un zombie: trae en sus
manos una lata de durazmos en almibar que rapiñó de la cocina y se la entrega a
uno de sus “Warriors” como un tributo. La de pelo violeta junto con otra
combatiente logran ganar la calle con un par de botellas de sidra y una botella
de vino por la mitad. Más atrás persiste una gresca entre algunos forajidos y
otros chicos “bien de buena familia” que será asistida por uno de los
patovicas. Finalmente, los invasores son repelidos en su totalidad.
Nada de eso afecta la Nada. La Nada en la que
definitivamente está inmersa Mica allá
afuera en la calle .
Papá Roberto sale a la vereda
_ ¿Qué saliste a hacer acá, pelotuda?, ¿no te das cuenta el
lío que armaste?, ¡andá para adentro la puta que te parió!
Adetro la espera Basilisco Mónica. La agarra fuerte del
brazo y le dirige su diatriba por lo bajo tratando de disimular la ira.
_ ¿Te das cuenta lo que hiciste? ¡Putita!,¿te das cuenta
cómo nos hacés quedar a tu padre y a mí? ¡mañana vamos a hablar!, ¡no aabés la
que se te viene!
Los mozos intentan, con un esfuerzo que enternece,
reconducir una fiesta que está definitivamente perdida . Levantan sillas y recogen
vidrios rotos del suelo. Unos primos de Mica apantallan a una tía que está
desparramada en una mesa. Durante los
desmanes alguien le habrá dado una patada a la máquina de humo, cuestión que
nadie la puede parar y está llenando de niebla todo el salón. Los chicos rodean
a Ramiro que quiso hacerse el héroe y ahora tiene la camisa rota, un ojo en
compota y una mecha de algodón en la nariz para parar la sangre. Algunos
parientes abochornados deciden emprender la retirada. Papá Roberto rescata un
aerosol de espuma y empieza a tirar espuma para todos lados mientras le da una
orden al musicalizador y el carnaval carioca vuelve a sonar de manera
ensordecedora como para intentar que esto aún se parezca a una fiesta de quince.
Un mozo que sale del baño con un residuo de polvo blanco bajo la nariz se pone
a arengar a la diezmada concurrencia aplaudiendo y girando en círculos en el
medio de la pista, remedando involuntariamente a Gaby, Fofó y Miliki.
Había una vez un circo.
Una noche soñada, glamorosa, patética, que no habrá sucedido
para Mica.
Esta noche de Mica es ya para Mica un rumor lejano, un
agujero, una nada, un “no-hay”.
Mica no existe.
Solo habrá sido su vacío insoportable.
Talisanicoyennyclo.