jueves, 29 de septiembre de 2011

B.E.

La excusa casi pueril del fastidio por su imagen de muchacho americanamente correcto para intentar destruirla con la estocada de una aguja hipodérmica, para escaparse de todas las demás excusas, hasta que ya no hiciera falta ninguna. Todavía le quedan algunos años a ese aspecto de oficinista levemente desquiciado, peinado a la gomina, genial cuando se sienta al piano con la serenidad angélica del demonio, bajando su cabeza y buscando cada sonido muy lejos de allí. Pasa frente al espejo antes de la puerta cuando decide por fin salir al anochecer gélido de Nueva York de principios de algún diciembre, y vuelve a mirar de soslayo el reflejo de ese tipo que es casi otro. Espera que la sesión de esa noche salga lo mejor posible. No concibe otro destino para lo que quede de esa noche que un disco en una batea de una disquería de esas que ve por la ventanilla del taxi cada tanto o en cualquier disquería de cualquier lugar. Es la ventaja de ser americano. Del norte.
En algún momento de esa noche, en algún sitio con piano y micrófonos algo sagrado se hizo presente para siempre, no importan las agujas hipodérmicas ni sus residuos ni su tonta molestia por la imagen de chico americanamente correcto que un día quedará hecha polvo. Algo que atraviesa los casi cincuenta años que median entre esa noche y una tarde plácida de primavera en algún sitio de América, pero del sur, donde ya no hacen falta discos para que suene esa música mientras alguien acomoda como ausente las cosas que se pueden acomodar en esa habitación y es casi felíz, sin saber porqué, sin saber del todo que es por eso que está sonando ahí, como parte de la respiración del mundo, para siempre.

jueves, 28 de julio de 2011

The Heart of the Saturday Night

Yo me acuerdo bien, como un fantasma de buena memoria (valga la redundancia); a pesar de lo que pasó después y antes de ahora, en viaje a una locura insólita, a un desquicio inútil, por calles ya no tan mías, veladas por el destino que me afantasma; alrededores de la medianoche y el murmullo arduo de Tom Waits (¿un taxista escuchando Tom Waits? Sí. Debo estar muerto. Y ni muerto te abandonan ciertos prejuicios)

Me dí cuenta. Los únicos que vemos a los demás somos los fantasmas, porque ya estamos afuera. Los de adentro solo se ven a sí mismos. En todo se ven a sí mismos.

Yo los veía, conducidos por esperanzas tontas (valga otra vez la redundancia); sus personajes caducifolios bien ensayados. Mariposas grises esparciendo polvo dorado.
Casi les adivinaba el perfume. Según cada cual su perfume, el mismo perfume para ser amados y lastimar. Conejitos depredadores de lobos asustados.
En algún momento de la noche, la noche pone las cosas en su lugar.

No lo saben.

Sí, lo saben pero se olvidaron.

No. Peor. No se olvidaron, pero aún creen en lo inaudito. Es inevitable: el polvo dorado y el perfume renuevan la fe; y camino al templo todo es posible.

Puertas adentro la liturgia de música y vasos fragantes vaciándose; el baile de sombras y luces que va minando las fuerzas con la paciencia del Diablo; los hechizos que brillan, estallan y eclosionan como galaxias. En un Cosmos así, cualquier ingenuo plan (otra redundancia) estalla en el aire.

De vuelta de lo que pasó mientras todo lo demás pasaba; en un taxi bajo el sol, y aún me sorprendo, yo me acuerdo bien.

A la municipalidad le está faltando un servicio: el de recolección de orgullos astillados, de escombros de felicidades efímeras (permitanmé una última redundancia), faltan contenedores para los desechos de seducciones burladas, para la chatarra de bellezas eternas e invencibles derrotadas en la mitad de una sola noche.

Sólo los fantasmas los ven.

De vuelta de lo que pasó, aunque se oculten de un sol hermoso, impiadoso, paradójico alumbrando la debacle de tanta tragedia insignificante, escondiéndose de sí mismos…”of all the other days in the week, you know that this’ll be the Saturday you’re reachin your peak…”.

Me olvidaba. Solo unos pocos han encontrado lo que buscaban. Pero esos ya no cuentan.

Y los fantasmas tampoco, aunque lo cuenten.
The Heart of the Saturday Night