domingo, 30 de septiembre de 2018

SALISTE

                                                                                               

                                                         …el deseo no consiste en la conciencia convincente de ir hacia  lo que a uno le apetece, sino en la indagación balbuceante, y tal vez en la contravención, de ese apetecer con perfume a rebaño…”
                                                                        Montse Gal

                                                          “…todas las cosas habían adquirido su nombre en el sueño de Otro…de tu lado sin nombre  ya no te hizo falta darles nombre alguno…”


                                                           "...algunas fiestas no persisten gracias a sus invitados, sino por el deseo de entrar de los que han quedado afuera..."
                                                                          
              

                CLOSED PARTY OPEN SESSION - CPOS. Te llegó la invitación por las redes. Estaba dirigida a vos. 
               Sí. 
               Te estaban invitando a una fiesta justo en ese lugar al que no entra cualquiera. 
               Posiblemente un error. 
               Pero cualquier prudente conjetura quedó neutralizada por la promesa de lo que ni vos ni tus amigos hubieran soñado nunca poder probar.
               De entre todos, te estaba tocando a vos. Sorpresivamente. 
               Incluía una consigna tan rara  (la única escrita en castellano): “Mantengan abiertos sus celulares desde las veinte horas”.
               
               Tuviste toda la semana. Escuchaste esa música; toda la semana esa música sin respiro para ir sintiéndote parecido a tu deseo. La semana entera conducía hacia esa noche CPOS.
               En la tarde de esa noche CPOS, bajo la ducha,  los ruidos de la calle te llegaban por la ventanita del baño. Todo ese caos ahí afuera parecía tener su razón. Todo conducía hacia la noche CPOS.
               ¿Porqué deseaste tanto esa noche? (…como si fuera a estar en juego algo crucial…)
               Ya tenías varios rituales aprendidos para disipar esa inquietud, esa leve angustia que crece en vos cuando se acerca un momento decisivo. Y funcionaban bastante bien. Creías conocerte.  
              
                Finalmente saliste.

               Cuando estuviste cerca de la  puerta ya habías logrado la suficiente tranquilidad para componer tu disfraz de aplomo, de sangre fría.  Algo te sobresaltó por un momento. Avanzaste. Sentiste que tu semblante indolente no era invulnerable mientras ibas transitando entre la extravagante fauna que tenías alrededor. En tu recoveco más inconfesable sabías de la distancia entre vos y el perfume de esas minas que se meneaban por allí, acercándose a la entrada. También sabías de la distancia entre vos y las miradas filosas de los sujetos que casi sin excepción tenían al lado.
               Comenzabas a temer que tu impostura, tu estrategia, tu  conversa conversación, no sirvieran de mucho para  estar a la altura del medio ambiente imperante.
               
               Seguiste.
               
               Ponerse paranoico está de moda en este siglo. No fuiste la excepción: “saben exactamente lo que sentís, se te va a hacer difícil fingir, saben de vos lo que vos mismo no terminás de saber, no les resulta muy difícil  darse cuenta…”
               La poca presencia de ánimo que te quedaba te dictó que  entraras de una vez. Te abriste paso entre el perfume y el filo y llegaste al límite donde se abría el pasaje al edén.
              
               _   La contraseña flaco…
               _   …¿qué contraseña?
               _  La contraseña… te la pasaron por  el celular, chequealo….

               El raro mensaje que habías leído en la invitación encontraba demasiado repentinamente su explicación. Sacaste el celular y no encontraste ningún mensaje con contraseña alguna. Tu instinto te brindó una excusa instantánea.
              
               _ Flaco, vos sabés que me quedé sin señal en el celu…
               _  Sin la contraseña no podés entrar. Correte a un costadito así pasa la gente...

               Te apartaste de la entrada mientras comenzabas a recordar nuevamente el horrible sabor del polvo que tantas veces te tocó morder en tu vida.. Retrocediste una distancia prudencial, elegiste a alguno y te propusiste preguntarle la contraseña

               _  Flaco, disculpame pero me quedé sin señal, ¿ me pasarías la contraseña?

               El sujeto parecía no oírte. Te miró con indiferencia. Cuando advirtió que le hablabas te prestó un poco de atención con un gesto perdonavidas

               _   Disculpame pero no tengo señal ¿ me pasás la contraseña?
               _  “es ahora o nunca”
               _  ¿Cómo?

               No te contesó y siguió su marcha.Prestarte atención una vez ya era demasiado. ¿Pretendías más?. De todos modos la habías escuchado bien. El alma te había vuelto al cuerpo, fuiste hacia la entrada...

               _  Ya me volvió la señal… “es ahora o nunca”
               _  No flaco, fijate bien que ya la cambiaron, esa era la de la primera media hora. esperá que ya te va a llegar otro mensaje

               Suficientemente ofuscado te quedaste cerca de la entrada, luchando contra tus ganas de esfumarte de ahí. Te quedaste mirando la pantalla de tu celular como quien espera una señal divina. Nunca llegó ningún mensaje. Le mendigaste la nueva contraseña a  una mina bastante más amable que el sujeto de antes que atinó a pasar cerca tuyo en dirección a la entrada.

               _  “Cool o muerte” flaco...

               Sentiste que tendrías tu revancha pero desgraciadamente el patovica que custodiaba la entrada estaba demasiado cerca y la mina te había respondido en una voz más alta de lo que necesitaba la clandestinidad de tu estrategia
              
              _  Flaco, te ví, se la pediste a ella, ¡tomátela!

               Algún gesto del patova, imperceptible para vos , puso a su lado a otros dos más que estaban dispuestos a colaborar con vos para ayudarte a abandonar el lugar por si no podías hacerlo por tu propia decisión.

               Desde una distancia prudencial mirabas la fiesta definitivamente ajena. Te llegaba como única limosna , y sólo por momentos, algo de la música que sonaba adentro. Podés creerme que ninguno de los que seguían pasando  a tu lado rumbo a la entrada y te miraban, te veían; eras apenas un dato borroso del paisaje. Aunque estuvieras convencido de lo contrario. Creéme.

               Hora y media o dos horas habrás pasado ahí. No pensabas. No tenías nada que se pareciera a un pensamiento, a una idea. Pero tu cabeza no paraba. era una suerte de murmullo mental. Eso creo que lo describe bien, ¿no?. Murmullo mental, un fermento de la combinación entre tu cerebro reptil, tu mente animal y tu corteza cerebral que daba como resultado la sospecha de alguna decisión de alguien en tu contra para que la contraseña celestial nunca te hubiera llegado por no dar la talla para ese sitio open session...quizás no pudiste convertirlo en un concepto pero tu cuerpo lo sentía

               Para disipar esa idea, chequeabas cada tanto la pantalla de tu celular agotando un poco más tu triste esperanza. Terminaste odiando a ese aparato diabólico.

               En algún momento de tu no-tiempo salió una mina, caminando en leve zigzag. con una botella de champagne en la mano y el gesto desencajado. La poca luz no te dejó ver hasta que estuvo más cerca  que tenía un par de líneas de rímel sobre sus mejillas. No lloraba. Repentinamente advirtió tu presencia y vino hacia vos.. Tuviste un escalofrío en el medio del pecho.
              
                _ Flaco…me acompañás hasta el auto?....
                
                Tenía una sonrisa casi como un rictus, un poco escalofriante.Cuando te paraste te diste cuenta  que habías estado sentado mucho tiempo en un umbral. Ella pasó su mano por tu cintura y te echó encima casi todo el peso de su cuerpo. Era delicioso. Eras como un mendigo al que le acaban de dar las sobras de un banquete.
                Casi no se sostenía por sí misma. Pero te fue guiando hacia el estacionamiento donde estaba el auto al que quería llegar. Murmuraba cosas. La botella de champagne estaba vacía. Pudiste saberlo cuando la tiró y sólo quedaron vidrios sobre la calle.
               No viste de dónde sacó unas llaves. Abrió aquel auto, era de esos que nunca hubieras soñado conocer por dentro. “Ayudame a entrar, flaco”. Tiró hacia adelante el asiento del conductor y mientras se desparramaba en el asiento de atrás te tomó del cuello y estuviste adentro. En la penumbra te querías acomodar. Tarea imposible. Ella por un momento se desentendió de vos, mientras arrastraba palabras incomprensibles de las que sobresalía cada tanto “hijo de puta”, casi imperceptiblemente como ese lejano resabio de olor a transpiración que se abría paso a través de un perfume enloquecedor.
               “¿Querés?” le entendiste ayudado por el gesto con el que te ofrecía un papel con un poco de merca. No alcanzaste a  responderle. Ante tu vacilación se la aspiró toda de un saque. Le pasó la lengua al papel y ahí sí comenzó a prestarte atención. Como si recién a partir de ese momento estuvieras con ella. Te clavó la mirada.
               
             _¿Te puedo besar?...

             No alcanzaste a responder. Antes se te tiró encima y metió su lengua en tu boca
     
             _ Hijo de puta…es un hijo de puta..._ decía arrastrando la lengua sobre la tuya.
             _ ¿Quién?_ le preguntaste. Como si lloviera. Empezó a buscar algo adentro de su vestido . Era un vestido corto que no tardó en quedar levantado hasta su cintura para permitirle encontrar lo que quería. Quería encontrar su tanga para sacársela. Se tiró de espaldas sobre el asiento con sus piernas flexionadas y abiertas mientras te seguía besando. colgada de tu cuello.  
             
            _Hijo de puta… pelotudo de mierda..._ 

             Ya no preguntaste a quién se refería, no parecía muy adecuado preguntarlo mientras ella, al ritmo de ese mantra estrafalario: “hijo de puta…hijo de puta” guiaba con su mano la tuya hacia su tajo amable.

               Cuando tu mano estaba ya muy mojada ella tuvo el gesto corporal de quien  consuma una venganza.. Se bajó el vestido (la tanga quedó en el auto). bajaste para que ella pudiera salir y tu gesto de querer acompañarla se quedó en el aire mirándola mientras se alejaba con el mismo paso zigzagueante del principio para meterse en la fiesta de nuevo. Te acomodaste la ropa. Ya ni  tu murmullo mental te acompañaba.

               El vacío no sirve para medir el tiempo. En un momento  viste que de a poco iban saliendo. Grupos de a tres o de a cuatro, de a dos también. Varias miradas perdidas, ya sin el filo que había comenzado a inquietarte tres o cuatro siglos antes, allá cuando la noche open session estaba comenzando. Y poco quedaba de aquellos perfumes.  Viste venir a la mina con un tipo. Iban abrazados y ahora los besos de lengua eran de él. “ El hijo de puta”, intuíste. Cuando pasaron a tu lado te diste  cuenta, igual que antes, que estabas sentado en el mismo umbral . Los miraste desde abajo. Ella te miró y su gesto vacío decía no reconocerte. Con la mirada perdida siguió besándolo; parecía no estar a su alcance poder decidir si deseaba hacerlo o no. Se perdieron entre los demás autómatas.

               La primer decisión al fin (y quizás la primer decisión que tomaste esa noche, tal vez la primera decisión en mucho tiempo) fue irte caminado de allí. Algunas derrotas tienen un melancólico y sutil perfume de libertad que les viene del futuro. Encontraste un carrito en  la esquina de un boliche. Por sobre los edificios ya asomaba cierta claridad, a lo lejos creíste oír el canto de algún pájaro. Luego varios más cerca. Te diste cuenta que empezaba un día de calor.  Pediste un pancho con mostaza y te sentaste a comerlo en el cordón de la vereda.

               Recuperaste la vertical, comenzaste a caminar y emprendiste ´por una calle empinada la vuelta al centro. La subiste con esfuerzo, no había nadie alrededor. Sólo se escuchaban tus pasos y, quizás, como rodando hacia atrás por la pendiente, algunas cosas iban dejando de tener nombre. 

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