Ahora no estoy siendo feliz en aquel momento. Es la única
manera de decirlo que encuentro y nunca es eso lo que uno quiere decir.
Si la fórmula “no
estoy siendo feliz” suena demasiado melodramática podría reemplazarse por “no estoy sintiendo nada”.
Hay un deseo “a-dicto” agazapado y hay un terror en los
mismo términos: el presente nunca alcanza, promete más de la cuenta y tiene por
futuro aquella misma apreciación sobre lo que fue: “ahora no estoy …(completar con lo que más agrade).
Puede parecer una declaración neurótica,
autorreferencial. Pero…¿y si no?
Tendríamos que hablar.
Pero tanto signo irreflexivo tirado a la bartola (esa
suerte de revancha contra haber tenido que mirar tanto tiempo pantallas ajenas
sin decir nada, ahora que tenemos pantalla propia…) parece haber convertido al
pensamiento y a la soledad en un mismo templo fantasmagórico lleno de interlocutores imaginarios.
Difícil decirse
algo entonces.
Somos especialistas en tragedias (de las “griegas”: el
destino inexorable se va confirmando con cada cosa que hagas por evitarlo). Las
olfateamos, el presentimiento nunca nos falla. El problema es que no sabemos
cuándo, por eso siempre terminamos partidos al medio, hechos trizas.
El baile en la cubierta del Titanic ya pasó muchas veces.
Si la alegre tripulación sigue bailando es precisamente para aturdirse, para
pretender que no está pasando que las bodegas del barco ya han comenzado a llenarse
de agua (los que pagaron el pasaje más barato lo saben para siempre y como
última cosa: es salada y demasiado fría).
El consuelo que
les queda a los sobrevivientes del pasado es contarlo.
Los que fueron alcanzados por los latigazos de alguna de las debacles pretéritas ya
son libres del miedo de ser una de las próximas víctimas. La muerte y la
locura son dos de los nombres que se le permiten a la libertad por estos
sitios.
Nosotros seguimos buscándole otros.