Confluyeron fortuitamente en el mismo punto quien
temía naufragar y quien había naufragado.
Una pobre mina y un pobre tipo.
Quien buscaba lo que creía que debía buscar siempre en
el sitio equivocado y quien deambulaba en un sistema de ficciones anestésicas
estratégicamente ensambladas por algún tácito dramaturgo.
Y hay quien pretende narrar lo que pasó; ante lo cual
no sobran ciertos reparos.
No es frecuente condescender a la desconexión de insoportables
y confusos aparatos de lectura y no es frecuente dar con un pretenso narrador
que tenga a bien hacer pedazos su máquina de hablar condenada a parlotear entre
la tentación de evangelizar y la conminación a rendir cuentas.
El catálogo de explicaciones del mundo es así una
vasta colección de confusiones.
Sucede que quien vive ficcionado, necesita previsiblente alguien que le dé visos de
realidad. No lo sabe. Pero es lo que
necesita. Es altamente probable que la
contraparte ni siquiera se entere de que hay un guión.
Sucede que quien busca lo que cree que debe buscar, necesita
que alguno de sus manotazos desesperados dé con algo tangible. Es muy poco
probable que se pueda tocar un personaje de ficción.
Idiomas totalmente ajenos uno al otro, lenguajes
irreductibles entre sí.
Aun así, por un momento, creen entablar un diálogo y
entenderse.
No lo hacen realmente, pero una fascinación inexplicable da lugar a una conversación en la que cada quien cree que dice lo que dice y cree replicar acertadamente a lo que el otro cree decir, que no es lo que el que asiente cree escuchar.
De ese modo, por un instante, la parte ficcionada es el rutilante protagonista central de su teatro delirante y la parte que vive a los manotazos siente que tiene algo entre manos.
No se trata de otra cosa que de un presagio. Una
inminencia incomprobable a la que estiman darle fe.
Luego, pero más temprano que tarde, habrán aparecido
vestuarios fastidiosos, trajes de héroes y máscaras de víctimas que pasan de
mano en mano y nadie sabe muy bien qué hacer con esos trastos.
Sin culpables a la vista, se los inventará con retazos
previsibles como previsible será el Frankenstein resultante.
Quien teme naufragar y quien ha naufragado tendrán su
monstruo propio.
Lo que no sabemos es quién es quién y cuál es cuál.
"Todo el mundo habla de amor
Hay un teatro absurdo en el sitio equivocado, muy poca
gente malvada y demasiada gente peligrosa a la vuelta de la próxima esquina.
Y al cabo, tal vez tan solo se trate de un gran
negocio. ..." termina diciendo el Frankenstein
que hizo vivir al narrador que a su vez le dió vida con su relato.
O si por primera vez logró decir algo diferente a las
narraciones en las que solemos refugiarnos hasta echarnos a perder.
PD : ¿Y qué pasó con
la pobre mina y el pobre tipo?
-------------------------------------------------------------------
Insértese sobre la línea de puntos la historia que se
desee. Cada quién tiene en su repertorio alguna o varias.
Todas las historias de las pobres minas, los pobres
tipos o la variante sexo genérica que se quiera, son similares.
No agregaría nada enfatizar alguna en particular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario