miércoles, 17 de febrero de 2021

ADENTRO - AFUERA


Hay halagos por querer quedarse,
premios por estar,
amenazas por querer irse
castigos por haberse ido

 

I

Detrás de quince puñaladas hay mucha más violencia que la que pueda caber en un solo hombre.
Quien las asestó es el asesino de turno, pero no un monstruo.

Lo monstruoso tiene siglos ya, y excede a lo que cualquier Ley o Estado alguno haya evitado o haya intentado, haya   podido o pueda llegar a evitar o intentar   conjurar en lo que le toque.

No es ninguna fuerza o sustancia sobrenatural ni extraña. Podríamos mirarla de frente y quizás alguna de sus partículas, la que alcancemos a divisar, nos resulte natural, familiar y hasta inofensiva.

Tal vez eso monstruoso persista en virtud del agregado incesante de cantidades y cantidades de tenues privilegios que nadie en su sano juicio abandonaría; de identificaciones insólitas, sedentarias, obcecadas; de hipocresías venales; de displicentes claudicaciones utilitarias; de mezquindades solapadas detrás de semblantes virtuosos.

Tal vez lo monstruoso permanezca gracias a quien sale a la calle a manifestarse como a un alma bella corresponde, pero rara vez se mete en sus propias tripas...

Tal vez lo monstruoso conserve su furia debido a quien escribiendo algo como esto no se dé cuenta de que, básicamente, está hablando de sí mismo. O dándose cuenta, no haga nada al respecto. Y al mismo tiempo intente esa aclaración para tan solo recibir algún halago por ser tan sincero. Para finalmente continuar creyendo con solapada ingenuidad en alguna posibilidad de redención.

Tal vez lo monstruoso tome su virulencia de tantas cosas que difícilmente podrían a alguien hacer sentir ser parte constitutiva de algo monstruoso.

 

II

Cuando por algún motivo, fortuito o no, alguien es expulsado hacia el afuera del adentro, es probable que en un primer momento sus invectivas contra ese adentro al que hasta hace poco pertenecía se deban al resentimiento (aún desea pertenecer, no concibe otro modo de vida). Pero la dinámica de las cosas puede derivar hacia la experiencia de advertir que al fin le es mejor afuera.  Es en ese momento cuando sus críticas  no son ya un conjunto de argumentos pacientemente elaborado, sino su nueva forma de vida, que  deviene verdaderamente revulsiva para quienes aún conservan cómodamente su privilegio en su sitio de adentro pero sabiéndose constituidos por  una naturaleza  con tantas pocas cosas en común con ese orden del que creen recibir halagos y beneficios, que les exige tributos cada vez más costosos y disimulos cada vez más hipócritas para poder seguir perteneciendo y no ser arrojados al vacío, aquel en el que el expulsado ya ha comenzado a crear otras cosas.

    

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