Hay halagos por querer
quedarse,
premios por estar,
amenazas por querer irse
castigos por haberse ido
I
Detrás de quince puñaladas hay mucha más violencia que la
que pueda caber en un solo hombre.
Quien las asestó es el asesino de turno, pero no un monstruo.
Lo monstruoso tiene siglos ya, y excede a lo que cualquier Ley
o Estado alguno haya evitado o haya intentado, haya podido o pueda
llegar a evitar o intentar conjurar en lo que le toque.
No es ninguna fuerza o sustancia sobrenatural ni extraña.
Podríamos mirarla de frente y quizás alguna de sus partículas, la que
alcancemos a divisar, nos resulte natural, familiar y hasta inofensiva.
Tal vez eso monstruoso persista en virtud del agregado
incesante de cantidades y cantidades de tenues privilegios que nadie en su sano
juicio abandonaría; de identificaciones insólitas, sedentarias, obcecadas; de
hipocresías venales; de displicentes claudicaciones utilitarias; de mezquindades
solapadas detrás de semblantes virtuosos.
Tal vez lo monstruoso permanezca gracias a quien sale a la
calle a manifestarse como a un alma bella corresponde, pero rara vez se mete en
sus propias tripas...
Tal vez lo monstruoso conserve su furia debido a quien escribiendo algo como
esto no se dé cuenta de que, básicamente, está hablando de sí mismo. O dándose cuenta,
no haga nada al respecto. Y al mismo tiempo intente esa aclaración para tan
solo recibir algún halago por ser tan sincero. Para finalmente continuar creyendo
con solapada ingenuidad en alguna posibilidad de redención.
Tal vez lo monstruoso tome su virulencia de tantas cosas que difícilmente
podrían a alguien hacer sentir ser parte constitutiva de algo monstruoso.
II
Cuando por algún motivo, fortuito o no, alguien es expulsado
hacia el afuera del adentro, es probable que en un primer momento sus
invectivas contra ese adentro al que hasta hace poco pertenecía se deban al
resentimiento (aún desea pertenecer, no concibe otro modo de vida). Pero la
dinámica de las cosas puede derivar hacia la experiencia de advertir que al fin
le es mejor afuera. Es en ese momento cuando sus críticas no son ya
un conjunto de argumentos pacientemente elaborado, sino su nueva forma de vida,
que deviene verdaderamente revulsiva para quienes aún conservan
cómodamente su privilegio en su sitio de adentro pero sabiéndose constituidos
por una naturaleza con tantas pocas cosas en común con ese orden
del que creen recibir halagos y beneficios, que les exige tributos cada vez más
costosos y disimulos cada vez más hipócritas para poder seguir perteneciendo y
no ser arrojados al vacío, aquel en el que el expulsado ya ha comenzado a crear
otras cosas.
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