viernes, 20 de marzo de 2020

PEACOCKS



                                                                                                                          “…la verdadera fuente del Mal sigue existiendo: es lo que llamaría el “sobrenaturalismo”. Lo que entiendo por sobrenaturalismo es la idea según la cual el comportamiento puede modificarse sobre todo a través de lo “sobrenatural”, y que la confianza ciega en la omnipotencia de la Gracia, permite hacer frente a todas las situaciones…”
                                                                                           PIERRE HADOT                                                  

La maquinaria ya estaba funcionando desde antes de que la persona llegara. Sus dispositivos operan sin detenerse en nada, no dejan resquicio ni en los elementos más tenues de la existencia.

Es así que la persona termina suponiendo que debe convertirse en un pavo real.

Y  lo asume como natural, como dado; como parte indisociable de su esencia personal, de su identidad (dos de las tantísimas trampas conceptuales que hacen su trabajo constante, disciplinando al anárquico deseo a latigazos , como para que nada se salga de sus cabales, como para que no tenga evidencias de que la potencia de la práctica define los conceptos y no al revés, como para que todo siga siendo como “debe ser”)

El mal no proviene de otro lado que no sea la fe obediente en la trascendencia, dejando a un lado la  la experiencia que está en nuestro cuerpo y que podemos comprender con el mismo cuerpo. 
Las religiones trascendentes primero, los aparatos de veridicción y los dispositivos semióticos después, y hasta los fármacos tal vez le han ido enseñando con la fe, con la razón  o molecularmente que las consecuencias de no convertirse en lo que no es , pueden llegar a ser terribles, eternamente irremediables.

Aún asI, algo en su cuerpo le dice, siempre le dirá, que su naturaleza múltiple, no es la de un concreto y bien definido  pavo real.

Pero todas las demás personas ya-pavos- reales se han ido comportando frente a su cuerpo como quien se comporta frente a un pavo real.

Entonces,  antes de cuestionárselo demasiado, asume que finalmente pudo, que pese a sus terrores nocturnos, es cabalmente un pavo real. 

Ha logrado la admisión social y eso es muy halagador, muy confortable.

Hasta que las demás personas, en los momentos que seguramente habrán de suceder, irrumpiendo como la maleza entre los adoquines su existencia de “no- pavo-real” (ninguna farsa puede sostenerse demasiado tiempo, el cuerpo siempre gana),  comienzan un proceso indetenible de decepción respecto del concepto que le tenían. No sin un íntimo terror, porque saben muy bien que la historia de ellas es muy similar.

Nadie puede ser un pavo real, salvo los pavos reales.  

Pero esas persona que también creen ser  pavos reales o a lo sumo son capaces de cualquier crimen con tal de parecerlo, cuyo cuerpo también les recuerda a cada paso que no son  pavos reales, pero que por terror o por ignorancia no pueden descifrar ese clamor corporal con claridad, se sienten reafirmadas como pavos reales si rechazan cabal y visiblemente ante los demás esperpentos de pavo real , a la que ya no puede o no quiere disimular no serlo.

En el fondo, la envidian.

Si pudieran, la matarían.



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