Es de
suponer que en una colonia las leyes rigen hasta por ahí nomás.
El rey o la
reina están demasiado lejos y tan ocupados del otro lado del mar, que siempre
va a saltar algún Pícaro que encuentre el modo de sacar ventaja; sintiendo que
si él no ocupa ese lugar, más temprano que tarde lo ocupará otro.
Y los
privilegios que se rapiñan con picardía colonial, con colonial picardía se
defienden al tiempo que se disimulan con modales cortesanos. Es en definitiva
ese el íntimo berretín alucinado que funciona como autolegitimación espiritual :
imaginar poder ser, algún día ,cortesano en un sitio lejano.
Hay algo
evidente: los privilegios son tan adictivos que no caben en un solo cuerpo, ni
en una sola vida. Hay que tener cada vez más y pasarlos por herencia a la
generación de Picaritos que siga; que desde la cuna aprenderá a conservarlos a
como dé lugar. Es decir, del modo que sea. Pero sin embarrarse los zapatos de
ser posible.
Los métodos
irán cambiando con la historia. Es previsible que en algún momento empiece a
correr sangre, pero eso no puede mantenerse por demasiado tiempo: “los que
desean tener lo que es nuestro se avivan rápido cuando las balas pasan silbando;
ni qué decir cuando no nos queda más remedio que instalar un par de cabezas en
una pica” reflexionan atinadamente.
Si la
carnicería pudiera ser puertas adentro y lejos de la luz del día tanto mejor.
Hasta que
eso tampoco sirva. Más tarde o más temprano las pruebas irrefutables ya no
pueden tirarse al río ni enterrarse. Hay gente molesta que avisa.
Pero siempre
hay algo a mano. Conminaciones más sutiles.
¿Quién no
tiene algún muerto escondido en el ropero en esta vida? Se lo averigua y listo. Y al que no lo tenga se le inventa.
Luego, a
quienes se pongan fastidiosos se les demostrará fehacientemente que el escarnio
puede ser terrible y las consecuencias irreversibles.
Y muchos de
esos se convertirán en tácitos colaboradores. Son multitud los que consideran
imperioso disimular lo que tienen en el placard propio, para lo que el mejor
método que hallarán será el de ser feroces en la tarea de colaborar a hacer
conocer lo que esconden los demás, aún cuando no escondan nada. Mientras tanto, los Pícaros que son muchos menos, saben protegerse entre ellos o traicionarse adecuadamente en el momento oportuno.
Dejar de ser
colonia es difícil y doloroso.
Pero mucho
más lo es cambiar la identificación con la “colonialidad” de los Pícaros de
parte de tantos infelices que andan transitando por ahí, con las llaves de sus
roperos bien guardadas en el cofrecito de su impostura virtuosa y haciendo mérito para recibir migajas.
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