Creo estar leyendo lo que escribió.
Es probable que sea yo quien escribe lo que creo estar
leyendo.
No es eso lo que siento.
Por su parte, puede haber creído expresar lo que yo
nunca leeré en lo que ha escrito. De algún modo, creyó escribir lo que en sí no
ha quedado dicho, lo que secretamente queda más allá.
Quien cree leer, escribe y no lo sabe.
Quien cree ser leído, es escrito y no se entera.
Creemos comunicarnos.
Eso no sucede.
Es el caso particular de un modelo más general:
pareciera no haber vida en común si no es creyendo cosas que no son.
Cuando el desencanto estalla, las astillas se recogen
y atesoran con celo para recordar que eso no debería volver a suceder, sin
saber que esos cristales rotos ya han sido reemplazados por un renovado
embeleso.
Se vislumbra ardua la sobrevida en el terreno de la
lucidez extrema.
Sin la fascinación no llegan muy lejos estos
desvalidos animalitos gregarios que leen o escriben sus vidas intentando ser o
parecer lúcidos y hacen todo lo que hacen de un modo casi siempre hermosamente
torpe.
Y misterioso.
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