“…cualquier cosa debe transformarse en
una aceitada maquinaria de generar ingresos. También así funciona la industria
del espectáculo que encontró en ese
sujeto a la figura adecuada, dispuesta a todo para lograr el personaje
perfecto. La multitud de espectadores cayó a sus pies. Porque fue el mejor
actor para ese papel. No era un actor más haciendo de vampiro. Era un vampiro.
¿Cuál fue el secreto?...El mejor actor
se había creído su propio personaje a fuerza de repetir la performance de un
vampiro. Dormía en un féretro, no veía
la luz del día. Siguió haciéndolo, olvidado y solo, cuando los
vampiros aburrieron al público, cuando
otros horrores hicieron ya imposible el candor de asustarse con esa clase de
cosas. Nunca nadie sabrá si continuó reiterando como un autómata absurdo, sin
que nadie ya se percatara de él, los hábitos de su vida espectral por haber
enloquecido o para convencerse de que había enloquecido porque hubiera sido
peor decirse a sí mismo de una buena vez frente a su espejo que solo había sido usado hasta que ya no le
sirvió a nadie, que nunca había sido
Drácula… ”
Mark
Silverstein – Los Monstruos Rentables
Es mi cuerpo. Eso es todo.
Era el
hartazgo del encierro en la impostura.
Aferrarme a
victorias de semblante dudoso, que bien pudieron haber sido derrotas patéticas,
el efecto de lamentables y cobardes capitulaciones.
Aún así exhibí todo el tiempo las medallas y
condecoraciones. Se narran las proezas, en una compulsa de estúpidos, vengando
las envidias. Funciona como un anestésico provisorio.
Pero más
temprano que tarde el cuerpo y su hartazgo.
Harto. Cuando
apagué la computadora y salí de mi despacho.
Harto. Cuando
le devolví la mirada cómplice a la
minita nueva y una sonrisa apenas insinuada en la comisura de los labios. Tal
vez crea que no me doy cuenta que solo quiere
jugar en primera. Tiene con qué, las demás lo saben y la odian. Harían lo mismo,
si pudieran. Sus méritos éticos no son otra cosa que no poder. Y se revalidan comentando sobre la "putita esa" por lo bajo.
Harto. Cuando
agradezco la obsecuencia de los dos o tres de siempre.
Harto. Cuando
bajo en el ascensor inteligente, siniestro.
Nací en el
lugar en el que el azar me puso. El hándicap
no me lo conseguí yo, pero aproveché la ventaja para abrirme paso a los
codazos, y sí fue mía la buena puntería para acertar con las cabezas que podían
convertirse en buenos peldaños.
Y ahora el
cuerpo tirado ahí, en la vereda de la empresa, a unos pocos metros de la
entrada, con el flaco que venía en la moto, que no vio lo que tenía por delante,
en una crisis de nervios y dos mujeres que intentan calmarlo.
Fuera del tiempo
de todas las mutaciones quedan las indefinidas mutaciones que solo ese cuerpo hubiera
podido.
Los tipos que
llegaron en la ambulancia no están intentando recuperar un cuerpo, están
tratando de salvar a un impostor.
Impostor engendrándose
a sí mismo, creyéndose sí mismo doblegado por su propio engaño.
El impostor
que nunca sobreviviría en el Desierto, clamando por su rescate: tener un sexo y
un nombre que pronuncian el sexo y los nombres de los otros impostores a cambio
de ser salvado de la invisibilidad. El juego circular intercambiando
reconocimientos engendra deudas y culpas.
La
veneración sumisa del álbum de las fotos de la Gran Familia Universal donde
todos exhiben el orgullo de haber sido salvados del vacío por amor. El ansia de
formar parte. El castigo del régimen político totalitario de la Felicidad
Autorizada frente a cualquier forma de excentricidad es impiadoso.
Ser capaz de
mentir, de traicionar, de matar, de
enloquecer; con tal de ser admitido.
La expulsión
del reino, siempre inminente, mantiene la disciplina del conjunto.
La
fascinación narcicística frente al espejo no es más que terror, desesperación.
Las
identificaciones son obligatorias, rígidas…y por eso, son imposibles.
Nunca es
suficiente ningún rito de afirmación; nada es para siempre, todo muta. Las
fotos se
difuminan, el tiempo las contradice y termina borrándolas.
El único recurso
que al final resta es el intercambio de mentiras piadosas… y aniquilar a
quienes se harten y pongan a la impostura general en evidencia.
El deseo del
cuerpo de salir de ese infierno toma la forma de reincidentes fantasmas. Claro.
Terminarán llamando amor a todo lo que renueve la fe y facilite por un rato el olvido del odio que les provocó el desengaño
ante cada salida falsa del estúpido
laberinto que es cada uno para los otros. Un absurdo laberinto de espejos en
medio del Desierto.
Uno de los
médicos le dijo a Victoria en voz baja:
_Creo que ya
volvió en sí, probá decirle algo…
_ Ignacio…Nacho…soy
Victoria
El médico le
puso una mano en el hombro
__ Hola
Ignacio, nos asustaste, ¿eh?, vas a estar bien. Sufriste una hipoglucemia… _
dijo uno de los médicos
Él apenas
balbuceaba
_ …el
accidente…¿la moto?...
El médico
procuró una aclaración
_ No te
preocupes Victoria, recién está volviendo en sí, puede tener algún estado de
confusión leve; va a estar todo bien. Te dejo con él. Vos hablale sin mucha
insistencia, si lo notás cansado dejalo dormir, cualquier cosa nos avisás…_
aclaró mientras dejaba la habitación.
Victoria se
acercó un poco más al borde de la cama y le acarició la frente
_ ¿Cómo te
sentís , amor?...hablé con Agustín, tu empleado, me contó que cuando saliste de
tu despacho estabas muy pálido, caminaste unos metros, dijiste algo que no te
entendieron y te caíste redondo ahí nomás, enseguida llamaron a la urgencia…¡qué
alivio amor, me asusté mucho! _ dijo con una sonrisa lacrimosa _ pero bueno, ya
vas a estar bien, ya pronto nos volvemos a casa…la dejé a Mica con mi mamá…
Ignacio
sintió que el alivio que sentía Victoria no era por él.
Ella sacó el
celular de su bolso
_ Vamos a
sacarnos una foto los dos, para dejar tranquilos a todos, que vean que está
todo en orden _ dijo mientras ponía su cara junto a la de él y hacía foco con
la cámara del teléfono. Solo ella sonreía.
Todo estaba
en orden, claro que sí.
Que todos
supieran que ella no había perdido su lugar en el podio.
Que todos
tuvieran la oportunidad de mostrar su alegría con pulgares arriba y comentarios
reconfortantes.
_ Victoria, sería
conveniente que Ignacio duerma _ sugirió con voz suave una
enfermera desde la puerta.
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