martes, 15 de octubre de 2019

EL GRAN ANESTESISTA - FRAGMENTOS


“…No diría que opera a nivel incosciente. No sé demasiado de psicología pero sospecho que el inconsciente es inapresable. Diría que funciona análogamente a como lo hace el deseo. Funciona. Es la palabra. Un mecanismo implícito en el modo de estar y de pensar que ordena el devenir  a través de un imaginario estructurado en torno a la posibilidad de saberlo todo; o de que todo puede ser visto, sabido y recuperado; de que toda la información está disponible en algún lado; en alguna red; en algún sitio de internet accesible a través de algún dispositivo de los que ya están disponibles o estarán disponibles en algún futuro inmediato.
En ese sentido quedará relegado al desván de los terrores nocturnos o a la febril paranoia la contracara de todo eso, su negativo, su reverso: hay algo que no debe ser sabido, que no puede ser dicho, que permanece oculto, que es inaccesible.
Pero esa pesadilla está neutralizada por uno de los efectos más logrados del Poder: la (¿casi?) imposibilidad de pensar el Afuera; de pensar lo Otro; no llegar al grado crítico de la sospecha, la que modifica el cuerpo.

(…)

Cada cual no podrá sustraerse más temprano que tarde al deseo de participar también con su propia existencia de aquella omnipresencia en tiempo y espacio; determinado por la necesidad de imaginar que está siendo “sabido” por alguien en todo momento. Esa necesidad es la que habilita al nuevo proxenetismo capitalista que extrae su plusvalía ya no de la fuerza de trabajo de los  cada vez menos que aún permanecen explotados y no han sido ya descartados, sino de toda forma de energía vital expresada y exprimida a toda hora en esa peculiar relación  que ha entablado cada sujeto con sus circunstancias a través de la mediación de dispositivos.
Esa energía vital expresada de diversos modos según cada singularidad pero que observa rasgos comunes y homogéneos tales como la insomne búsqueda de los quince minutos de fama que Warhol nos prometió a todos y cada uno; el síntoma de una febrícula narcicístico-egomaníaca, o la manifestación de un verdadero temperamento policíaco y tal vez la evidencia de alguna aspiración pontificia; expresado todo esto a través de las redes. Y aún la actividad de muchos que creen estar haciendo algo para cambiar las cosas. Toda la ingente energía de esas derivas vitales es el combustible del cada vez más rentable tráfico de datos.

(…)

La formulación grotesca de un caso extremo podría servir como buena metáfora tan distópica como descriptiva: el suicidio frente al aburrimiento definitivo y no ya frente a la desesperación, que estará algo pasada de moda; actuado entre la necesidad de convertirlo en un espectáculo y la falsa conciencia que consistirá en cortarse las venas con una pluma de ganso mientras se ensayan todas las selfies posibles hasta dar con la que se adecúe al imaginario estético de quien está queriendo efectivamente suicidarse…”


"El Gran Anestesista"  - Valencia Bearteaux


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