“…No diría
que opera a nivel incosciente. No sé demasiado de psicología pero sospecho que
el inconsciente es inapresable. Diría que funciona análogamente a como lo hace
el deseo. Funciona. Es la palabra. Un mecanismo implícito en el modo de estar y
de pensar que ordena el devenir a través
de un imaginario estructurado en torno a la posibilidad de saberlo todo; o de
que todo puede ser visto, sabido y recuperado; de que toda la información está
disponible en algún lado; en alguna red; en algún sitio de internet accesible a
través de algún dispositivo de los que ya están disponibles o estarán
disponibles en algún futuro inmediato.
En ese
sentido quedará relegado al desván de los terrores nocturnos o a la febril paranoia
la contracara de todo eso, su negativo, su reverso: hay algo que no debe ser
sabido, que no puede ser dicho, que permanece oculto, que es inaccesible.
Pero esa
pesadilla está neutralizada por uno de los efectos más logrados del Poder: la (¿casi?)
imposibilidad de pensar el Afuera; de pensar lo Otro; no llegar al grado
crítico de la sospecha, la que modifica el cuerpo.
(…)
Cada cual no podrá sustraerse más temprano que tarde al deseo de participar también con su propia existencia de aquella omnipresencia en tiempo y espacio; determinado por la necesidad de imaginar que está siendo “sabido” por alguien en todo momento. Esa necesidad es la que habilita al nuevo proxenetismo capitalista que extrae su plusvalía ya no de la fuerza de trabajo de los cada vez menos que aún permanecen explotados y no han sido ya descartados, sino de toda forma de energía vital expresada y exprimida a toda hora en esa peculiar relación que ha entablado cada sujeto con sus circunstancias a través de la mediación de dispositivos.
Esa energía
vital expresada de diversos modos según cada singularidad pero que observa
rasgos comunes y homogéneos tales como la insomne búsqueda de los quince minutos
de fama que Warhol nos prometió a todos y cada uno; el síntoma de una febrícula
narcicístico-egomaníaca, o la manifestación de un verdadero temperamento
policíaco y tal vez la evidencia de alguna aspiración pontificia; expresado
todo esto a través de las redes. Y aún la actividad de muchos que creen estar
haciendo algo para cambiar las cosas. Toda la ingente energía de esas derivas
vitales es el combustible del cada vez más rentable tráfico de datos.
(…)
La formulación grotesca de un caso extremo podría servir como buena metáfora tan distópica como descriptiva: el suicidio frente al aburrimiento definitivo y no ya frente a la desesperación, que estará algo pasada de moda; actuado entre la necesidad de convertirlo en un espectáculo y la falsa conciencia que consistirá en cortarse las venas con una pluma de ganso mientras se ensayan todas las selfies posibles hasta dar con la que se adecúe al imaginario estético de quien está queriendo efectivamente suicidarse…”
"El Gran Anestesista" - Valencia Bearteaux
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