Hablamos de él, del abominable.
Vemos un hombre donde hay un espectro.
Sacamos conclusiones lapidarias, ensordecedoras. Debe haber un susurro que queremos acallar.
Un inquietante susurro.
Tal vez haya un espejo aterrador en esas habitaciones clausuradas por alguien en algún pasado
incierto. O un espejo, a secas.
Tal vez, conjeturando acerca de él, del abominable, esté resonando
en algún íntimo pliegue, de manera
espasmódica y parcial, lo que en él encarna de modo extremo, casi inhumano.
En él estalla y se exhibe obsceno en una intensidad que nos
es desconocida, algo que se aletarga en cada uno de nosotros.
Por eso él está ahí, estridente símbolo, cabal, perfecto,
resumen del acallado rumor de nuestros múltiples inconfesables delirios.
El horror irá creciendo.
Algún incierto día algo se quebrará en el límite.
Ese día, lo destruiremos.
Ese luminoso, inocente, ingenuo día habremos creído librarnos de él.