En esto nos convierte lo que sucede recurrentemente.
Habría que saber dejarse atravesar, asistir con fascinación
y los ojos bien abiertos a la deflagración escupiendo esquirlas y desatino.
Dejarse devastar, evaporar.
Y en silencio, la disgregación; dejarse ir.
Pero quedamos tiradxs por ahí, dando lástima o vergüenza,
después de suplicar lo imposible o de haber sido desterradxs de un delirio
demasiado dulce.
Ya lo sabía y lo sigue sabiendo el pliegue menos visitado de lo que nunca o casi
nunca queremos ver: este destino era y será inexorable.
Desde nuestro exilio cínico, vemos por acá y por allá, casi
con ternura, la lucha denodada de lxs que mañana terminaran desparramadxs a
nuestro lado.
Demonios beatíficos, ángeles canallas.
En esto nos convierte, irremisiblemente lo que recurrentemente sucede.
La faz de este planeta insistente está repleta de obcecadxs
de esa calaña (de la nuestra)
Si es que podemos volver a recuperar la vertical del tiempo
y salir de este albañal, es altamente probable recaer en esos andurriales.
A eso nos lleva esto que sucede.
Siempre.
Su reino es el de la ambigüedad sin ambages, el de la
incerteza.
Reino de sombras y bultos que se menean.
Gatos pardos y
alimañas furtivas.
Sí es puede ser.
Si es, puede llegar a ser o no.
Sí.
Puede ser.
No sé nunca.
O no.
No es una N y una O que juntas hacen estragos o maravillas.
La intuición y la paranoia con un solo roce de la punta de
sus dedos entran en una combustión espontánea indetenible, y terminan
revolcándose lascivamente, deshaciéndose en fluidos y revoltijos hasta
convertirse en una misma cosa.
Nada de todo eso es permitido por las leyes del mercado, que
en su lugar vende salvaciones de una transparencia tan obligatoria y
correctamente política como imposible; asumiendo que hay que salvarse de algo.
Nada más fascista.
Multitudes las compran ingenuas, para exhibirlas con ingenuo
orgullo, como quien se pavonea con su helado antes que se le derrita o con las
flores que le regalaron, antes que se le marchiten.
No habría mercado sin ingenuidad.
Pero la ingenuidad es más antigua que el mercado, y lo
sobrevivirá.
No obstante, lo que sigue sucediendo material e
indómitamente, lo hace por fuera.
Más allá de las estadísticas
Por fuera de las rutilantes eternidades selfies,
adictivas, bobas, tan bobas.
Reduciendo al ridículo cualquier discurso.
Sucede implacablemente, por no decir impiadosamente porque la
piedad no es nada más que otra categoría vacía de mercado, valga la
redundancia.
Dicen que un imperio nace del miedo, crece por ambición, se mantiene por avaricia y cae por estupidez.
De esas cuatro cosas también está hecho esto que sucede.
Dicen que hay solo cuatro cosas que se pueden hacer para sobrevivir: mendigar, robar, prostituirse o trabajar. Cabría sospechar de la única que se proclama virtuosa, porque puede llegar a ser el camuflaje de alguna de las otras tres.
Muy similar es el modo de camuflar esto que sucede.
Esto que sucede y seguirá llenando al mundo de demonios
beatíficos y ángeles canallas como nosotrxs, todxs nosotrxs.
Por acá o por allá, inoportuno, rompiendo lo previsto y calculable.
Como una partícula subatómica incierta indócil, indetenible
en un lugar.
Esto que sucede.
Por debajo de mutuos camuflajes, ya sabemos de qué estamos
hablando.
Aunque nunca podremos entenderlo.